Una diaria y furiosa inmolación

BiografÍa
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Lejos del mito, lo que sin duda habrá de perdurar son los veintiún poemas que nos legó. Bastó esa pequeña cantidad para encarnarse en uno de los más grandes renovadores de la poesía peruana. Hay quienes le atribuyen una influencia cinematográfica, mientras que otros hablan de surrealismo. Tamayo Vargas cree hallar también algo de creacionismo y ultraísmo, pero sin estridencia. Lo que ocurre es que Oquendo es una especie de filtro estético, un caleidoscopio que permite ver los planos de toda la vanguardia, a la vez que una ruptura con la tradición, así como el hallazgo de un lenguaje original y cosmopolita. 

 Una diaria y furiosa inmolación 

Publicación original: UMBRAL. Revista de Educación, Cultura y Sociedad
FAGHSE (UNPRG) Lambayeque. Año V Nº 9 · 10, Diciembre 2005 pp 14-15

Toshiyuki IMAI Flickr

 

A raíz del discurso que Mario Vargas Llosa pronunció en 1967, durante la entrega del premio «Rómulo Gallegos», el nombre de Carlos Oquendo de Amat empezó a tomar una vasta importancia, Se dice que ya antes eran muchos los que habían rastreado su vida y su obra (incluido el beat Allen Ginsberg). Sin embargo, no es sino en los últimos años, gracias a las reediciones de su único libro y a los nuevos estudios biográficos, que su poesía y su existencia adquieren verdadero valor.

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No era cierto que comprara «una camisa colorada» para morir, ni que los obuses de la guerra civil española borraran sus restos del cementerio de Navacerrada; tampoco así que descendiera de virreyes y cortesanos, y fuese un infeliz que habitaba una «cueva sin luz". Ahora sabemos que esta invención no está más; no obstante, su vida sigue siendo una leyenda. Es que los fabricantes de estas ficciones no se percataron de la futilidad que ellas significaban:(sic) La verdadera historia de Carlos Oquendo de Amat es por sí sola un mito. Pero fue necesario que Vargas Llosa iniciara con su discurso esa aureola legendaria, para saber que este hombre tuvo una vida singularmente oscura, y era el autor de un libro solitario y espléndido llamado 5 metros de poemas, con el cual había logrado convertirse en realidad en el hechicero consumado, en el brujo de la palabra, tal y como lo dijera el autor de La casa verde.

La historia empieza hacia 1905 en Puno, a orillas del lago. Carlos B. Oquendo Álvarez y Zoraida Amat Machicao ven nacer el primero y último de sus hijos. Ambos pertenecían a las familias más ilustres del altiplano. El marido, un médico graduado en La Sorbona, estaba imbuido por las ideas positivistas y era declaradamente anticlerical. Logra fundar un diario y desde allí expone el pensamiento «Extremista» que pronto conducirá al conflicto con las autoridades esclesiásticas. Y en efecto, así tenía que suceder. El cerrado conservadurismo religioso no iba a permitir que las creencias del doctor Oquendo prosperaran. Entonces, el Episcopado puneño desata una persecución contra su persona y su familia; desde el púlpito un oscuro obispo alienta ataques implacables. Pese a esto, el médico es elegido diputado; empero, nunca conseguirá ocupar la curol parlamentaria. Desengañado y combatido por la Iglesia, emigra a Lima y muere poco tiempo después, enfermo de tuberculosis. La ruina hace presa de la madre y el niño, y los obliga a refugiarse en uno de los cuartuchos oscuros del Jirón Paruro.

Hacia la década del veinte hallamos al poeta frecuentando la bobemia limeña. Abandonado y pobre, no deja de vestir a veces como un dandy. Se sostiene con la generosidad de los amigos y deambula cada noche en busca de cobijo. Es la época en que frecuenta a Mariátegui, a Xavier Abril. Publica en Amauta los primeros versos vanguardistas y hace lo imposible para seguir manteniendo su entusiasmo de soñador, de alucinado. Sin embargo, la pobreza lo zarandea a cada instante. La tuberculosis lo vuelve pálido y jorobado. Pero no sucumbe. Era ante todo un poeta y no podía ser más que eso, aunque viviera siempre del favor de las amistades. Imposibilitado de trabajar, deambula por las calles de Lima leyendo y haciendo versos, sin importarle el deterioro paulatino de su existencia. Así, en 1923, con esa visión inordenable y fragmentada de la realidad, escribe su Poema del manicomio: "Tuve míedo / y me regresé de la locura (...)".

Luego de publicado 5 metros de poemas (1927), Oquendo parece abandonar la poesía. Todo apunta a decirnos que así ocurrió en realidad. Quizás la concepción rimbaudesca («la inutilidad de la literatura») estaba también con él, o probablemente descubrió que sus energías se habían consumido en ese bello libro compuesto en forma de acordeón. Al dejar de escribir, el poeta tuvo que reemplazar esa «furiosa inmolación» por una actividad semejante, o cuando menos aproximada en intensidad. Oquendo abrazó el marxismo y militó en el Partido Comunista, desarrollando igualmente una actividad pura y enfebrecida. Se podría decir que hasta en la actividad política su vida se desenvolvió con apasionada entrega. Lo suyo fue una postura honesta, resultado de constatar que «su imaginación poética y su tragedia no podían ser eco solitario, sino una afirmación multitudinaria» (Gonzalo Espino).

Sumamente enfermo, se lanza a la consecuencia militante. En verdad con esto empieza la etapa más desgarradora de su vida. Hay una cadena de adversidades: primero es expulsado a Bolivia, luego —en diciembre de 1934— es Apresado(sic) en AREQUIPA por razones políticas. Más tarde, recluido en el Callao, y expulsado para siempre del país en setiembre de 1935. Y como si esto fuera poco, es encarcelado sin razón evidente al desembarcar en Panamá.

Ya para entonces se hallaba convertido «en una ruina febril». En este estado llega a España y muere cien días antes de la guerra civil española, en un sanatorio para enfermos de tisis, en Navacerrada, treinta y cinco años después, Carlos Meneses (certero biógrafo) descubre a dos kilómetros del hospital la tumba del poeta. Enrique Peña Barrenecbea, otro surrealista amigo de Oquendo, dejó estos versos como epitafio : "Oquendo tan pálido tan triste/ tan débil que hasta el peso / de una flor te rendía".

Su desaparición no debió ser dolorosa. No estaba indefenso : tenía impresa una sonrisa en papel japón.

POESÍA CALEIDOSCÓPICA

Lejos del mito, lo que sin duda habrá de perdurar son los veintiún poemas que nos legó. Bastó esa pequeña cantidad para encarnarse en uno de los más grandes renovadores de la poesía peruana. Hay quienes le atribuyen una influencia cinematográfica, mientras que otros hablan de surrealismo. Tamayo Vargas cree hallar también algo de creacionismo y ultraísmo, pero sin estridencia. Lo que ocurre es que Oquendo es una especie de filtro estético, un caleidoscopio que permite ver los planos de toda la vanguardia, a la vez que una ruptura con la tradición, así como el hallazgo de un lenguaje original y cosmopolita.

Omar Aramayo ha escrito : «Su poesía, como la del brasileño Sousa Andrade, la del mexicano José Juan Tablada, y por supuesto la de César Vallejo, es la más ambiciosa y audaz escrita en lengua castellana. Con él ingresa a la poesía la ciudad, el mundo contemporáneo, las calles, los cines, los restaurantes, el jazz y el capitalismo». Y, ciertamente, en 5 metros de poemas existe casi un despliegue fotográfico, una mirada agitada del paisaje social moderno. Abundan los caligramas que refieren nombres y atrapan sensaciones y actos. «Film de los paisajes», «Charlesron», «Abra el libro como quien pela una fruta», «Underwood», «Rodolfo Valentino», «Mary Pickford», «Un ascensor», etc. Y todo nos parece fugaz, huyendo levemente. Breve y frágil como la magia entrecortada de aquel que hizo efectivamente de su vida "Una diaria y furiosa inmolación".

Foto: Fotografía_de_Toshiyuki_IMAI__Flickr

FUENTEhttps://sisbib.unmsm.edu.pe/BibVirtualdata/publicaciones/umbral/v05_n09-10/a04.pdf

 

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