El miedo a la vida en la poesía de Oquendo de Amat

"¿Dónde estará la puerta? ¿Dónde estará...?"

De Lima a Madrid
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En "Cuarto de los espejos" y "Poema del manicomio" hay verdaderas y hondas confesiones respecto a la vida y, sin embargo, han merecido poca atención por parte de quienes han estu­diado la poesía de Oquendo.

Olvidando todo tipo de clasificación poética y dejando en absoluta Libertad, respecto de las corrientes literarias de su época, a los versos del poeta peruano Carlos Oquendo de Amat (Puno, l905-Navacerrada, l936), resulta interesante observar el contenido de dos de sus primeros poemas, escritos en l923 y publicados en su único libro, Cinco metros de poemas (Lima, l927), en los que manifiesta su opinión -conturbada opinión- respecto a la vida y es él el protagonista, el que actúa enfrentando las circunstancias -adversas- que lo rodean. Hay verdaderas y hondas confesiones en ambos poemas ("Cuarto de espejos" y "Poema del manicomio") y, sin embargo, son de los menos considerados en las antologías y han merecido poca atención por parte de quienes han estu­diado la poesía de Oquendo. Tal vez, por una parte, porque no están comprendidos en la línea vanguardista que si rige su restante producción (la obra poética de Oquendo de Amat está compuesta sólo por veintiséis poemas), y a otra, porque Oquendo esta considerado como el poeta peruano de mayor inspiración en cuanto a poemas de amor.

"Poema del manicomio" fue escrito cuando el poeta contaba sólo con dieciocho años, y es su enfrentamiento con la metrópoli. El poeta nacido en una tranquila ciudad andina, a orillas del lago Titicaca, debió haber llegado a Lima siendo aun un niño, pero por aquellos años continuamente retomaba a su ciudad natal. Además, mientras vivió su padre, el doctor Oquendo Álvarez (que fuera diputado y defensor de causas sociales), llevó una vida relativamente cómoda, que varió radicalmente a la muerte de su progenitor. En el poema confiesa el descomunal miedo que le causa la ciudad, la angustia que lo domina en la urbe: "Tuve miedo de ser / una rueda / un color / un paso". El temor a la cosificación, que es símbolo de miedo a la despersonalización, es lo que más lo desespera, hasta hacerlo tomar la firme resolución de huir de la metrópoli y volver a la tranquilidad del pueblo: "Tuve miedo / y me regresé de la locura". Oquendo toma partido por el campo, por la zona rural, y esta actitud comprende, aunque sea inconscientemente, su rechazo a la civilización y su compromiso con el primitivismo, con su ancestro no-europeo.

Posiblemente el poema fue escrito recordando lo sucedido años an­tes, en los terribles momentos de la ausencia paterna y de la pobreza junto a su madre. Lo dice bastante claramente cuando confiesa: "POR­ QUE MIS OJOS ERAN NIÑOS / Y mi corazón / un botón / más / de / mi camisa de fuerza". Y por eso, en los versos finales, ya descubre su adaptación o su resignación a esa vorágine de la urbe que tanto le había afectado: "Pero ahora / que mis ojos visten pantalón es largos / veo a la calle que esta mendiga de pasos". Ya la ciudad no le parece tan opresiva, o por lo menos, ya no le causa la impresión que si le había producido antes.

La poesía de Oquendo, en su mayoría, o sea los restantes veinticuatro poemas, no rehúye la ciudad, más bien la utiliza como escenario, a veces con gran sentido del humor, y, en muchas oportunidades, prefiriendo la gran ciudad, como Nueva York, Amberes, París, posiblemente guiado por sus inquietudes cinematográficas y la influencia del cine norteamericano. Por eso interesan estos dos poemas mencionados, y en especial "Poema del manicomio", donde la actitud del poeta es totalmente dife­rente de la que ofrecerá más adelante. El rechazo a la metrópoli queda claro en los primeros versos. El terror que le causa la selva de la técnica es un duro impacto para el niño que viene de la población serrana de Puno. Y hasta se siente próximo a la locura: "Y mi corazón / un botón / más / de mi camisa de fuerza". Pero el tiempo, la necesidad, los estu­dios, una serie de elementos y circunstancias, trabajan en la conciencia y en la inteligencia del poeta, y lo, cautivan para la gran urbe. Y él mismo se encarga de contarlo en los versos finales.

Es también probable que la ciudad no sólo determine terror en el poeta por su excesivo movimiento, por lo asfixiante de sus calles o por la indiferencia de sus habitantes, sino que en el caso específico de Oquendo, signifique el lugar donde perdió a su padre. Represente el triste escenario en que fue condenado a vivir varios años en la más absoluta pobreza -estado económico que no le abandonó en ningún momento de sus 31 años de vida. En buena cuenta, que ciudad sea sinónimo de tristes recuerdos, de opresores fantasmas de un pasado que lo torturaba. Lo interesante de este poema sencillo, casi elemental, con algunas metáforas acertadas, es la actitud confesional, que no se encontrará en su producción posterior, sobre todo en la proporción y con la claridad que se da en este poema.

En "Cuarto de los espejos". la actitud del poeta ya no esta motivada por la ciudad, en exclusiva, es más bien una angustia metafísica causada por el problema que representa vivir. Habrá que considerar, otra vez, que Oquendo siempre vivió paupérrimamente, pero que su adolescencia fue como una pesadilla, porque a la pobreza se unió el deterioro físico de su madre -siempre se habló de ella como de una mujer muy bella- activado por la miseria y el alcohol.

El poema es como un ambiente cerrado y oscuro, en el que una som­bra -la del poeta-  vaga, tropezando con todo, buscando por dónde huir, sin poder lograr esa meta : "¿Dónde estará la puerta? ¿Dónde estará la puerta ?" exclama desesperado, y luego: "y siempre nos damos de bru­ces / Con los espejos de la vida / Con los espejos de la muerte". No hay escapatoria, el vivir es una trampa, y al buscar ansiosamente la forma de poder huir se aparecen en vez de puertas, la vida y la muerte, que en este caso simbolizan una sola cosa: la condena a una vida sin fin. El pasar de la vida a la muerte, y el continuar los sufrimientos inicia dos en una etapa, en la etapa siguiente. Es uno de los poemas más an­gustiosos, porque a diferencia de "Poema del manicomio", donde se ofrece una solución aunque sea de resignación, aquí no hay esa alternativa. El sufrimiento, el horror, la angustia se mantienen intactos hasta el final, y el final es algo que no se puede vislumbrar, que parece imposible que llegue, porque el ser es eterno y eternamente, en la vida o en la muerte, ha de soportar los mismos dolores y sufrimientos.

Al igual que Espronceda en aquel célebre verso "paz me traiga el ataúd", Oquendo también se refiere a este punto que en él no es final, sino transitorio, y aún en ese momento de aparente paz brotarán las furias, los odios, que continuarán angustiando al ser humano: "y en ese todo-nada de espejos, ser de MADERA", sentencia ese joven de dieciocho años, cansado, fatigado de vida agobiante, dolorosa, y finaliza: "y sentir en lo negro / HACHAZOS DEL TIEMPO". Lo negro, la madera ne­gra, el ataúd, el aparente punto final, que no es final, y el tiempo, punto convergente de todos los problemas, de todas las angustias, aún en esos momentos continuara, implacable, con su tortura.

Tanto en "Poema del manicomio" como en "Cuarto de los espejos", sentimos la voz amargada del poeta, transida de pena y comunicando -en el último poema- su total desilusión, su imposibilidad de acogerse al optimismo. O mostrándose resignado, vencido por la barbarie de la ciudad, que no sólo lo ha arrancado del pueblo, de la paz y el paisaje, sino que amenaza con deglutirlo como un monstruo insatisfecho.

Oquendo de Amat, que apenas escribió veintiséis poemas, veintidós de los cuales fueron publicados formando su raro libro Cinco metros de poemas (raro porque tenia forma de acordeón), llevó una de las vidas más duras y tristes, aunque dignas, que se conoce de poeta en el Perú. Tras la muerte de su padre desapareció toda comodidad, y él y su madre vivieron horrorosos años, alojados en tugurios, prácticamente desfalleciendo de hambre. La imagen que se da del poeta es precisamente ésa, la del famélico, la del joven de delicado aspecto y total desnutrición.

Se da en él un caso nada común en los poetas. Tras su contacto con los intelectuales jóvenes de Lima ( aproximadamente en l923) y sobre todo, su amistad con el pensador: y político José Carlos Mariátegui, abandona la poesía para dedicarse íntegramente a la política. Esto ocurre alrededor de 1930, pocos meses después de la muerte de Mariátegui. Oquendo asume una actitud activista, y aunque esta muy enfermo -tu­berculosis- se da tiempo para participar en mítines y aumentar sus conocimientos sobre la ideología que ha abrazado: el marxismo-leninismo.

Fue en 1935, durante una de las reuniones políticas en la que parti­cipaba, cuando se le detuvo. De la ciudad de Arequipa, al sur de Perú, se le trasladó a la prisión del Frontón, y de ahí se le expulsó del país (la versión más generalizada es que el poeta optó por la salida del país, como una manera de eludir la cárcel) . Oquendo de Amat, sin más dinero que el que le facilitó su amigo Beingolea para el pasaje, casi sin ropa, emprendió el viaje a Europa. Su meta era París. Su sueño, conocer y hacer amistad con los poetas surrealistas.

Pero el viaje no fue a Europa, fue su viaje final, su viaje a ese más allá angustioso que contaba en "Cuarto de espejos". En París sólo es­tuvo una semana, y luego marchó a Madrid, con la esperanza de que ahí podrían curarlo. Pero su mal estaba muy avanzado, y todo esfuerzo fue inútil. En marzo de l936 moría en un hospital de las sierras de Gua­darrama.

Habla llegado a Francia poseído de una gran ilusión que, por mo­mentos, debió haberle hecho olvidar el triste estado orgánico en que se encontraba. En París no pudo conocer a Bretón, ni a ningún otro de los surrealistas, no tuvo tiempo material para recorrer la ciudad y visitar los lugares en que había vivido su padre mientras estudió la carrera de medicina. Escasamente se le ofreció -en la Embajada peruana- el dinero para comprar un billete por ferrocarril para Madrid. En la capital española (le habían dicho algo así como: "allá en España pueden curarlo, por la situación política que se vive, por la ideología que domina") sólo alcanzó el derecho a un camastro (tal como lo refiere el historiador y diplomático peruano Porras Barrenechea) en el hospital San Carlos. De ahí fue trasladado al sanatorio ya mencionado, donde creyó sentirse restablecido durante cuarenta y ocho horas, lo cual no era nada más que un efecto psicológico, por la gran diferencia que encontraba entre un establecimiento y otro.

Los restos del poeta se creyeron desaparecidos por mucho tiempo, pues se aseguraba que el cementerio en el cual se hallaba enterrado había sido bombardeado por las fuerzas fascistas; empero, fue posible el hallazgo en 1927, y desde ese año la tumba del poeta cuenta con una lápida en la que se lee: "Oquendo tan pálido tan triste / tan débil que hasta el peso / de una flor te desvanecía", versos de su amigo y compañero generacional, Enrique Peña.Barrenechea.

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Carlos Meneses (Perú) estudió letras y ciencias económicas en la Universidad de San Marcos y se graduó en perîodismo en Madrid. Obtuvo el Premio Nacional de Teatro del Perú en l958 con su obra La noticia y estrenó otras piezas en su país. más otras tres obras en un acto en España. Vive en Palma de Mallorca. Libros: Transito de Oquendo de Amat (l973), Escritores Latinoamericanos en Mallorca (1974) y Miguel Ángel Asturias, (l975). Prepara una antología de Rafael Barrett.

FUENTE: http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/7256/2/19764P149.pdf

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